A los seis años de edad volé por primera vez, y aterricé… en mi cara. Una amiga mía vivía en el condominio “Las Luces” de carretera a El Salvador, claro, esto fue hace años; antes de que terminaran de construir lo que ahora se conoce, un panal de casas de lujo. Muchas calles ya estaban pavimentadas, pero no estaba del todo poblado, por lo que no habían muchos carros transitando. Mis amigos y yo nos aprovechábamos de ese hecho y andábamos en bicicleta de un lado a otro felizmente. Yo no tenía bicicleta por lo que usaba una del hermanito de mi amiga. Una bicicleta que no estaba al 100%, por decirlo de una forma agradable.
Mi mamá me había advertido muchas veces que no usara ésa, ya que todos sabíamos lo destructivo que era el hermanito, y que probablemente terminaría lastimándome. ¿Hice caso? NO. Entró el consejo por una oreja y salió inmediatamente por la otra sin dejar registro en mi conciencia.
Como dije antes, “Las Luces” estaba básicamente desolado. Justo enfrente de la casa de mi amiga, había una colina, perfecta. De la cual muchas veces bajábamos a grandes velocidades en la bicicleta. Un día cualquiera, decidí bajar la colina en la bicicleta del hermanito. ERROR!
Subí caminando la colina muy tranquilamente, con bicicleta en mano, muy determinada en bajar la colina entera. Llegué a la cresta, respiré profundo y monté mi transporte. Con los pies, me impulsé hacia mi destino; el fondo. El viento jugaba con mi pelo, y una sonrisa plasmaba yo sobre mi rostro. Cuando de repente, a mitad del camino, la barra del timón se va hacia delante. ¡Ya no controlaba la bici! Perdí el balance, y la bici empezó a tambalearse. Me dirigía a una banqueta. ¿Qué hice?
Choqué con la banqueta, y de repente no sentía el asiento que hace unos segundos sostenía mi peso. Con los brazos extendidos abrí los ojos y vi que estaba suspendida sobre el suelo. Estaba volando. Poco duró mi vuelo, y aterricé en mi cara.
Después de este incidente, me di cuenta de una verdad: si tu madre te advierte de algo, es porque lo más probable es que te puede llegar a pasar. Como dicen muchos; más sabe el diablo por viejo, que por diablo. ¡La voz de la experiencia ha hablado!